De una reactivación más inclusiva, justa y sana con el ambiente
La actual crisis sanitaria por la que el mundo atraviesa invita a reflexionar acerca de todas las cosas que dábamos por sentadas: relacionamiento, trabajo, movilidad, recreación, y una larga lista de etcéteras.
Gran parte de los cambios que están sucediendo ahora mismo se encuentran relacionados con la mayor o menor intervención que los seres humanos tengamos sobre el entorno. Esto es si estamos produciendo más desechos sólidos que los tradicionales, por ejemplo. O si estamos generando menos gases de efecto invernadero al reducir la circulación de vehículos. O reconocer que existen alternativas de menor impacto ambiental como la utilización de bicicletas para movilizarnos, o promover espacios amigables para los peatones, ente otros.
Todo este proceso no es ajeno a los procesos humanitarios para responder, con bien, a las necesidades de las personas afectadas. La COVID-19 ha puesto en evidencia la capacidad de los sistemas de responder “naturalmente” a los desafíos que surgen. Los desastres, emergencias y crisis siguen surgiendo en medio del proceso de esta pandemia, lo cual demanda mayor preparación. Hay muchos países altamente vulnerables a riesgos de origen natural o social y es necesario lidiar con este riesgo por COVID-19 y migración, o crisis económicas, o inundaciones, terremotos, etc.
Por tanto, no hablamos únicamente de responder sino también de los procesos de trabajo comunitario en preparación – por ejemplo- o los esfuerzos por reforzar la resiliencia a todo nivel. Tenemos una gran oportunidad en nuestras manos, pero también, mucha responsabilidad de cambiar las maneras tradicionales y, ojalá, replantear y hacer nuevas propuestas para cambiar el sistema tradicional, considerando un financiamiento más justo, creación de empleos justos, ciudades más ecológicas, sin dejar a nadie atrás.
En este sentido, recientemente un artículo publicado por la Academia Solferino y difundido a través del Centro del Clima de la Cruz Roja y Media Luna Roja, sugiere considerar lo siguiente:
- Invertir en resiliencia: Invirtamos en trabajos que permitan a las personas resistir futuras conmociones y tensiones, y que empoderen a las comunidades para que desarrollen su autosuficiencia. Invirtamos en trabajadores de salud comunitarios, sistemas locales de suministro de agua y saneamiento donde actualmente faltan servicios básicos. Invirtamos en soluciones locales de suministro de energía renovable para lugares que actualmente dependen de redes vulnerables, por ejemplo, para infraestructura crítica como hospitales, durante una tormenta.
• Asegurar una recuperación que beneficie el primer nivel: Las comunidades con menos acceso a servicios básicos necesarios y las más afectadas cada vez que ocurre una crisis. Asegurémonos de que las habilidades y los recursos de los desplazados internos, los refugiados y los migrantes sean parte de la solución. Además, invirtamos en cerrar la brecha digital, mirando los trabajos para el futuro, especialmente para aquellos que de otra manera quedarían atrás.
• Inversiones ecológicas: Invertir en tecnología y, por lo tanto, en empleos del futuro. Aseguremos que las acciones planteadas o impulsadas sean ambientalmente amigables, y que los procesos puedan ir cambiando el pensamiento de trabajar para pocos y dañar el patrimonio natural de todos. Invertir en una recuperación ecológica, resiliente e inclusiva satisface las necesidades de la recuperación económica y la creación de empleo, nos hacen más seguros y también responden a la agenda mundial urgente del Acuerdo de París. A menos que doblemos la curva de la acción climática global en los próximos años, estamos condenados a un futuro de riesgos crecientes, con posiblemente una duplicación de las necesidades humanitarias (como se proyecta en el informe El costo de no hacer nada del año pasado). En el período previo a la Cumbre del clima de Glasgow el próximo año, debemos aprovechar la oportunidad única en la vida de las inversiones masivas de recuperación de COVID-19 para alcanzar todos estos objetivos a la vez.
La Organización Mundial de la Salud propone Recomendaciones para una recuperación de la COVID-19 saludable y respetuosa con el ambiente, siendo estas:
- Proteger y preservar la fuente de la salud humana: la naturaleza.
Las economías son el producto de sociedades humanas sanas, las cuales, a su vez, dependen del entorno natural: la fuente original de todo el aire puro, el agua y los alimentos. Las presiones que ejerce el ser humano sobre el entorno, a través de la deforestación, las prácticas agrícolas intensivas y contaminantes, o la gestión y el consumo no seguros de especies silvestres, socavan estos servicios. - Invertir en servicios esenciales, desde agua y saneamiento hasta energías no contaminantes en los centros de salud.
En todo el mundo, miles de millones de personas carecen de acceso a los servicios más básicos indispensables para proteger su salud, ya sea de la COVID-19 o de cualquier otro riesgo. Los equipos para lavarse las manos son esenciales para prevenir la transmisión de enfermedades infecciosas, pero el 40% de los hogares no disponen de ellas. La presencia de patógenos resistentes a los antimicrobianos es generalizada en el agua y los residuos, por lo que su gestión racional es necesaria para prevenir que se propaguen de nuevo entre los seres humanos. En particular, es esencial que los establecimientos sanitarios estén dotados de servicios de agua y saneamiento, y con acceso a una fuente de energía fiable. - Asegurar una transición energética rápida en pro de la salud.
Más del 90 por ciento de las personas respiran aire en el exterior con niveles de contaminación que superan los valores de referencia establecidos en las directrices de la OMS sobre la calidad del aire. Dos tercios de esta contaminación exterior se deben a la combustión de los mismos carburantes fósiles que causan el cambio climático.
Las decisiones que se tomen ahora sobre las infraestructuras energéticas quedarán fijadas para las próximas décadas. Si se tienen en consideración todas las consecuencias económicas y sociales de las decisiones y si estas se adoptan en interés de la salud pública, se favorecerán las fuentes de energía renovable y, por ende, la reducción de la contaminación y la mejora de la salud de las personas.
Una transición mundial rápida hacia el uso de energías no contaminantes no solo supondría alcanzar el objetivo del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático de mantener el calentamiento global por debajo de 2oC, sino que también mejoraría la calidad del aire, de tal manera que los beneficios para la salud resultantes serían dos veces superiores al costo de la inversión. - Promover sistemas alimentarios sanos y sostenibles.
Las enfermedades causadas por la falta de acceso a alimentos o los regímenes alimentarios poco saludables y altos en calorías son actualmente la principal causa de salud precaria entre la población mundial. Asimismo, aumentan la vulnerabilidad a otros riesgos; la obesidad y la diabetes, por ejemplo, figuran entre los principales factores de riesgo de morbilidad y mortalidad entre los pacientes de COVID-19.
Es necesario pasar rápidamente a regímenes alimentarios sanos, nutritivos y sostenibles. Si el mundo lograra cumplir las directrices de la OMS en materia de alimentación, se salvarían millones de vidas, se reducirían los riesgos de enfermedad y se lograrían reducciones importantes de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. - Construir ciudades sanas y habitables.
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades, las cuales son responsables de más del 60% de la actividad económica y de las emisiones de gases de efecto invernadero. Puesto que las ciudades se caracterizan por una densidad de población relativamente alta y un tránsito saturado, muchos desplazamientos se pueden realizar de forma más eficiente en transporte público, a pie o en bicicleta, que en automóvil privado. Estos medios de transporte también son muy beneficiosos para la salud, ya que reducen la contaminación atmosférica, los traumatismos por accidentes de tránsito y la mortalidad debida a la falta de actividad física, a la que se atribuyen más de tres millones de defunciones anuales.
A partir de lo planteado tanto por el Movimiento Internacinal de la Cruz Roja como por la Organización Mundial de la Salud, es evidente que está en nuestras manos poder hacer un cambio significativo en la manera de afrontar y responder a la crisis mundial, proponiendo maneras de abordaje que sean inclusivas, justas, sanas, ambientalmente positivas.
Pareciera un gran reto, pero en realidad lo que se necesita es ordenar procesos, integrar ideas y trabajar para y con las comunidades, en beneficio de los más vulnerables.
Ingeniera Verónica Rivera
Coordinadora Programa Cambio Climático
Cruz Roja Guatemalteca